Alberto Aziz Nassif*
El Universal
15 de abril de 2008
Estalló la crisis y otra vez el país se ha polarizado, los duros de todas partes ganan terreno y el espacio para los moderados se reduce. El mejor indicador de la crisis es un sistema político que se mira en blanco y negro. Muy lejos estamos de una clase política como la que necesita el país, con visión de Estado; de televisoras que informen y no se dediquen a editar a su conveniencia la información.
Las crisis se detonan en un instante, con una acción, pero son largamente preparadas; estallan en un momento y llenan el espacio público con las expresiones más estridentes, pero a veces no expresan el trasfondo de lo que está en juego. Se rompen las formas, se estruja a las instituciones y se necesita poner atención e inteligencia para no llegar a puntos sin retorno, para salir de los callejones sin salida.
Es cierto que el Frente Amplio Progresista tiró el tablero y el movimiento social inundó otra vez las calles del centro de la capital; es cierto que molesta que algunos legisladores se pongan las dos cachuchas; es cierto que no se puede usar la fuerza para obtener los resultados que se quieren y, sobre todo, que no se puede “cancelar” la tribuna de un parlamento por estar en desacuerdo, y menos cuando se forma parte de la institución.
Pero, al mismo tiempo, no es menos cierto que el gobierno no ha tenido ninguna sensibilidad, que usó una estrategia equivocada, que quiso jugar con los tiempos y las formas, y que presentó una iniciativa de reforma privatizadora (“un atraco a la Constitución”, dijo Cuauhtémoc Cárdenas), pero que al final le salió el tiro por la culata. Un gobierno al que le descubren a su principal operador político, Mouriño, con los dedos en la puerta en un probado conflicto de intereses en la materia petrolera, y simplemente voltea la cara como si no pasara nada, no tiene ninguna autoridad moral para asegurar que su reforma nos va a salvar del desastre.
¿Era necesario llegar hasta donde llegamos para que una iniciativa de reforma se pudiera discutir y que la clase política asumiera posiciones de Estado? Es evidente que Pemex necesita un cambio de fondo, que las cosas no se pueden dejar igual, pero lo que está en disputa son las salidas, las soluciones y el tipo de reforma que sigue. La parálisis no le beneficia al país.
Ya existe una larga cadena de experiencias en las que nos han vendido el paraíso privatizador y el resultado ha sido un fiasco: la privatización de los bancos que cobran comisiones muy por encima de nuestros socios comerciales; la telefonía que concentró una enorme riqueza en poco tiempo a costa, entre otras cosas, de servicios muy costosos; las carreteras que se concesionan, luego quiebran y se rescatan, y de nuevo se regresan a la iniciativa privada; hasta en la venta de Aeroméxico quedó en cuestión la transparencia con la que se decidió al comprador. Un capitalismo “de compadres”. El momento actual condensa históricamente una parte importante de lo que han sido las experiencias negativas de las privatizaciones, aunque ahora no se diga el nombre.
Una iniciativa como la que presentó Calderón muestra un traje a la medida, es decir, al gusto del PRI, factor definitivo para sacar adelante ese proyecto. Un diagnóstico que no habla de corrupción es un diagnóstico incompleto; una iniciativa que todo lo resuelve con flexibilizar y meter capital privado es un proyecto que privatiza sin decirlo. El balance y la responsabilidad de lo que se ha hecho con Pemex en las últimas décadas lo tiene que asumir el PAN, por lo menos desde el año 2000, y el PRI antes de esa fecha. Pero nadie se hace cargo del supuesto desastre en el que se encuentra la principal empresa del país.
¿Por qué en ningún lado se habla de la corrupción sindical? ¿Por qué no se menciona una sola palabra de las vinculaciones de tráfico de influencias entre una parte del panismo gobernante y el contratismo con Pemex? ¿Quién va a garantizar que las fugas, robos, abusos, tráfico de influencias que se hacen sobre la empresa dejen de hacerse?
No es creíble que el gobierno de Calderón pueda hacer frente a estos requerimientos tan indispensables, que forman parte del saneamiento de la empresa. No es creíble porque a la primera oportunidad lo que hizo fue proteger a Mouriño. No es creíble porque para la mayoría, 52%, se trata de una reforma privatizadora (Milenio, 14/IV/08). Por ninguna parte se ha visto a un Estado con capacidad de regular a los intereses y menos ahora. Con el panismo ha llegado una clase política más depredadora, para la que el cinismo es la regla, sus principales aliados son los intereses económicos privados sin control y el corrupto corporativismo sindical.
En México el sistema económico que creó la Revolución generó un capitalismo de compadres y amigos, y la frágil democracia no ha hecho sino profundizar el vínculo entre los intereses económicos y los bienes públicos. El petróleo es el último bastión que le queda al país, en eso tienen razón los que lo defienden en la calle, y resulta un bien con enormes contenidos simbólicos. Se llega a decir que “si nuestros abuelos ya pagaron con sus joyas y gallinas a las compañías en 1938”, ahora no se va a regresar el petróleo a compañías privadas. Es inaceptable una reforma privatizadora en Pemex.
Si estamos frente a un problema que puede definir el rumbo de esta empresa, bien vale la pena hacer un debate en serio, sin prisa, en donde se pueda involucrar la sociedad. En estos momentos de crisis es cuando más se extraña a los moderados de todos lados, cuando el debate que se necesita se vuelve más urgente. Los ciudadanos tenemos derecho a este debate. Una vez más el sistema político está a prueba; otra vez, como hace dos años, los principales actores de esta polarización velan armas, pero el país espera el regreso del diálogo y la negociación. Veremos…
* Investigador del CIESAS.
Original post by Eratóstenes Horamarcada