Joan S. Sorribes
Kaos en la red
22 de agosto de 2007
Original en catalán: Anna Notícies
A veces la vida te proporciona experiencias vitales formadas de cosas pequeñas que te conmocionan la conciencia y que son precísamente las que te van haciendo crecer como ser humano, como ser ideológico. La persona que soy, pues, es un producto de estas pequeñas cosas, en el sentido más literal de la expresión lúcida de Saint-Exupèry: las cosas importantes son invisibles a los ojos. Digo esto a propósito de una de estas experiencias que, en un casi estado alterado de conciencia sin drogas de por medio, he tenido una de estas noches valencianas de verano, una experiencia aleccionadora, minúscula, cinematográfica en algún sentido, íntima…, relato –y excusadme que las citaciones no sean absolutamente exactas y literales, mi memoria no da para más…- y os explico.
Esperaba yo a mi mujer a la salida del trabajo, al Acqua de València que, para quienes no conocéis la paño es un centro comercial que los entendidos en fauna urbana hemos bautizado como Pijolandia, en medio de una de las zonas emblemáticas de la capital, con la Ciudad de las Ciencias a las espaldas y la que será futura Iglesia de Los Martires por la gracia del Arzobispo García-Gascón detrás…, esperaba allá a las dos lamadrugada, con 36 grados de bochorno y un gentío saliendo de la sesión buhardilla del cine, de los restaurantes de diseño de la zona, visitando el cajero automático una y otra vez con la tarjeta de crédito bien afilada, un gentío con bermudas y camisetas de marca y colorines, vestiditos y minifaldas, gentío familiar en parte -un niño en un carrito, paseado por el papá y la mamá, que no bajaba seguro de los dos mil euros con todo lo que llevaba encima- y juvenil en otra parte, es decir una representación sociológica, ociosa, desenfadada y electoralmente amplia, seguramente, de la propia sociedad valenciana…
Mientras esperaba oía Radio Klara, la emisora libre y libertaria de València que estos días cumple 25 años, que emitía un programa de solidaridad con el Ejército Zapatista de Liberación Nacional desde la Selva Lacandona y Chiapas, con un Sub-comandante Marcos que explicaba la Sexta Declaración y la Otra Campaña a un grupo de visitantes de ong’s europeas en uno de los Caracoles (que supongo deben ser como una especie de pueblos en dónde gobierna de hecho el EZLN)… Marcos, tras explicar a los asistentes la realidad de la vida en Chiapas, tan distante evidentemente de lo que yo tenía delante de mis ojos a esas horas intempestivas, con una oratoria sencilla, mezcla de poesía y de discurso social, intentaba argumentar sobre los objetivos de la lucha revolucionaria (ante mí, una pandilla de jovencitos hacía aullar sus motos de grande cilindrada enmedio las risas de sus chicas, razón por la cual quizás me perdí alguna de las razones del subcomandante). “Nuestros compas viven, malviven, con 30 pesos -un helado en el Acqua cuesta más, pues, que una semana de salario a Chiapas, pensé-, vivimos de aquello que la Madre Tierra nos da fruto de nuestro trabajo con nuestras propias manos… La cuestión es que hay unos pocos que lo tienen todo, y casi todos que no tienen nada”, afirmaba Marcos didácticamente a la audiencia.
El subcomandante Marcos continuó la explicación de los posicionamientos del EZLN, con un referencia a la Coca-cola. La cuestión es que algunos visitantes de l’Europa solidaria habían criticado en las últimas semanas que a los Caracoles zapatistes se bebe con fruición el refresco oriundo del Imperio. Marcos, planta un bote de la cola en la mesa, y continúa su reflexión: “Yo miro este bote de cola norteamericano e intento sentir qué dice, intento oír qué habla…, pero pese al esfuerzo, el bote calla, y debo ser yo quien pongo las palabras…”. Y las pone: “Nos han criticado, gente venida de fuera en solidaridad con nosotros, porque bebemos este refresco, nosotros los zapatistas. Y hemos callado, no por estar de acuerdo, sino por mostrar nuestra hospitalidad más amable… Pero hoy quiero hablar del pegamento y explicarles a todos qué pensamos, puesto que el bote se empecina en callar”. Y lo explica: “Delante de este bote callado y rojo, nos dicen algunos que los revolucionarios no debemos beberlo, que si lo consumimos somos cómplices de la maquinaria del sistema. Nos proponen atacar el sistema golpeándolo en el consumo, y como vía cambiar, pues, las costumbres consumidores de la gente, en primer término. Bien, es una forma de ser revolucionario… Todavía hay una segunda forma, que también nos encomiendan otros solidarios con nosotros, que consiste en vender la cola sólo en comercios de propiedad comunal, fuera de las redes comerciales del sistema, es decir atacando el sistema en su distribución. Bien, es otra manera de hacer la revolución… Yo miro el bote de Coca-cola y todavía tengo una tercera forma, veo obreros, trabajadores en fábricas que producen el refresco, a los cuales se paga por su trabajo pero mucho menos del que cuesta este bote que han hecho ellos mismos, obreros explotados por el sistema, igual que nos explotan a nosotros. Y el EZLN cree que la mejor manera de hacer la revolución es llamar a estos obreros a unirse a nosotros, a tomar el control de sus fábricas, a sacarlas de las manos de sus explotadores que son los nuestros. Esta es nuestra forma de hacer la revolución…”.
No sé yo si la cuestión de beber o no Coca-cola a la Selva Lacandona es una cuestión definitoria de como hacer la revolución, ni siquiera de repensar qué quiere decir esto de la Revolución. A las puertas del Acqua era tan evidente que aquello que me vendía por mi sentido del oído -la radio libertaria, Marcos y los zapatistes, menos de un euro para sobrevivir y agricultura de subsistencia…- y lo que me venía por los ojos -modernidad, consumismo, heterodoxia, ocio, frivolidad, despreocupación, apariencias y exhibicionismo, votantes de todo el arco político y abstencionistes a las puertas de Pijolandia-, era tan distinto y distante entre si que sólo el hecho de saberlo a ciencia cierta afirmaba que eran realidades de un mismo planeta.
Tan distante, tan distinto? De verdad? Seguramente nadie dudará que ninguna de las personas que yo estaba viendo -empezando por mí mismo- cambiaría la propia situación por vivir en Chiapas, trabajar con las manos por acabar sobreviviendo y teniendo como objeto de culto un miserable bote de Coca-cola. Pero esto no es todo…, la cuestión más lacerante es cuántos habitantes de la Selva Lacandona dejarían pasar la oportunidad de vivir como cualquiera de los que aquella noche estábamos a las puertas de Pijolandia, de tener una Visa en el bolsillo, un modelito que lucir, una risa desenfrenada que dedicar al niño, una moto de grande cilindrada que hacer rugir, de sentir una radio solidaria que nos hablara de una revolución lejana y de un bote de Coca-cola…
La Coca-cola ni siquiera tiene ya trabajadores: tiene marca, presencia universal y global, se cotiza en bolsa, vende el humo de una fórmula celosamente guardada y de una ingente inversión publicitaria…, la “Chispa de la Vida” es el paradigma de la nueva explotación, la de una clase dispersa, organizada en red, fantasmagórica, heterogénea y, empero, real y absolutamente armada. Quizás falla que, visto de una manera global, a escalera planetaria, la definición de la situación, “La cuestión es que hay unos pocos que lo tienen todo, y casi todos que no tienen nada”, no es exacta, no se corresponde a la realidad de las cosas. Y si falla esto, falla el paradigma de la izquierda, de la revolución. Si los que estamos aquí no queremos dejar de tener todo lo que tenemos y los que están allá aspiran sobre todo a tener aquello que tenemos aquí…, entonces todos bebemos Coca-cola, compa Marcos, todos la bebemos.
Original post by Eratóstenes Horamarcada