La fórmula mágica
Pregonar la competencia y practicar el monopolio: la fórmula que convirtió a Carlos Slim en el hombre más rico del planeta
David Luhnow
Wall Street Journal
4 de agosto de 2007
Ha construido su fortuna a la antigua: mediante monopolios
Ciudad de México. Carlos Slim es el Señor Monopolio de México. Es difícil pasar un día en este país y no poner dinero en su billetera. El magnate de 67 años controla más de 200 compañías en sectores como telecomunicaciones, tabaco, construcción, minería, bicicletas, gaseosas, aerolíneas, hoteles, ferrocarriles, banca e imprenta. Slim dice que ha “perdido la cuenta”. En total, todas sus empresas representan más de un tercio del valor del principal índice bursátil de México, mientras que su fortuna asciende a 7% de la producción económica anual de ese país (en su punto álgido, la riqueza de John D. Rockefeller llegaba a 2,5% del Producto Interno Bruto de Estados Unidos).
“Este restaurante es el único lugar en México que no pertenece a Carlos Slim”, bromea en su carta un local de comida en Ciudad de México.
La riqueza de Slim ha crecido más rápido que cualquier otra en el mundo, aumentando en más de US$20.000 millones en los últimos dos años para llegar actualmente a unos US$60.000 millones. Si bien el valor de mercado de sus empresas que cotizan en bolsa podría caer, hoy es probablemente más rico que Bill Gates, que según la revista Forbes tenía un patrimonio de US$56.000 millones en marzo. Sería la primera vez que una persona del mundo en desarrollo ocupa el primer lugar desde que la revista comenzara a seguir a los ricos fuera de EE.UU. en los años 90.
“No es una competencia”, dijo Slim hace poco durante una entrevista, jugueteando con un habano sin prender en una oficina en un segundo piso decorada con pinturas mexicanas del siglo XIX. Un hombre relativamente modesto, que usa las corbatas de sus propias tiendas, Slim afirma que no se siente más rico sólo porque lo es en el papel.
¿Cómo logró este hijo mexicano de inmigrantes libaneses llegar a estas cimas? Lo hizo al ensamblar monopolios, algo parecido a lo que hizo John D. Rockefeller con la industria de la refinación de petróleo durante la era industrial. En el mundo postindustrial, Slim ha construido un baluarte en torno a la telefonía en México. Sus compañías Teléfonos de México SAB (Telmex) y Telcel controlan 92% de todas las líneas fijas y 73% de la telefonía móvil, respectivamente. Al igual que Rockefeller en su momento, Slim ha acumulado tanto poder que es considerado un intocable en su país, una fuerza tan grande como el Estado mismo.
Slim es un caso de estudio sobre las contradicciones. Dice que le gusta la competencia en los negocios, pero intenta bloquearla cada vez que puede. Le encanta hablar acerca de las tecnologías, pero no usa una computadora y prefiere el papel y el lápiz. Ha sido anfitrión de personajes tan variados como Bill Clinton y Gabriel García Márquez, pero en muchos sentidos es provinciano. No le gusta mucho viajar y dice con orgullo que no posee ninguna vivienda fuera de México. En un país fanático del fútbol, le gusta el béisbol. ¿Su equipo favorito? Los Yankees de Nueva York.
Sus admiradores dicen que Slim, un insomne que se queda hasta altas horas de la noche leyendo libros de historia (Ghengis Khan y sus engañosas estrategias militares es uno de sus temas favoritos), encarna el potencial de México para convertirse en un tigre latino. Su austeridad, tanto en sus empresas como en su vida privada, dicen, es un modelo de moderación en una región en la que muchos grandes empresarios son conocidos por ostentar su riqueza.
Para sus detractores, no obstante, el auge de Slim dice mucho acerca de los problemas más profundos de México, incluyendo la brecha entre ricos y pobres. En el último ranking de la ONU, México figura en el lugar 103 entre 126 países en cuanto a igualdad. En los últimos dos años, Slim ha ganado casi US$27 millones el día, mientras que un 20% de la población vive con US$2 o menos al día.
“Es como EE.UU. y los grandes industrialistas de 1890. Sólo que Slim es Rockefeller, Carnegie y J.P. Morgan todo en uno”, afirma David Martínez, un inversionista mexicano que vive en Nueva York.
“Es sorprendente ver cómo las grandes empresas han capturado el Estado mexicano”, dice Eduardo Pérez Motta, presidente de la Comisión Federal de Competencia de México. “Es un riesgo para nuestra democracia y está sofocando nuestra economía”.
Como el rostro de la nueva élite, Slim representa un difícil desafío para el nuevo presidente del país. Felipe Calderón tiene que decidir si debe contener a Slim, a pesar de su reputación de ser el mayor empleador privado y contribuyente tributario del país. El Congreso casi nunca aprueba leyes que amenacen sus intereses. y sus empresas representan una parte importante del ingreso publicitario de México, por lo que los medios son reacios a criticarlo.
En los últimos meses, Calderón ha tratado de llegar a un acuerdo a puertas cerradas con Slim. En varios encuentros cara a cara, el presidente ha tratado de convencer al magnate de aceptar una mayor competencia, según fuentes al tanto. El gobierno tiene una carta de peso: Slim no puede ofrecer video —un mercado potencialmente gigantesco— en sus redes sin la aprobación del gobierno. Pero algunos cercanos a Calderón dicen en privado que estas conversaciones reservadas le siguen el juego a Slim, ya que le permiten circunvalar a los reguladores del país, lo que subraya la debilidad de las instituciones mexicanas. Slim afirma que sus compañías están en “contacto constante” con los reguladores, pero le restó importancia a la noción de una negociación secreta.
Slim —un hombre al que le gusta hablar y que suele ser empático, aunque también se enoja con facilidad— rechaza la etiqueta de monopolista. “Me gusta la competencia. Necesitamos más competencia”, dice mientras toma unos sorbos de Coca-Cola Light. Slim recalca que sus empresas operan en mercados competitivos y que México representa sólo un tercio de los ingresos de su operadora celular América Móvil SAB, que tiene clientes desde San Francisco a Santiago de Chile.
La estrategia de Slim ha sido consistente a lo largo de su carrera: comprar compañías a precio de liquidación, reestructurarlas y marginar a la competencia sin piedad. Después de obtener el control de Telmex en 1990, Slim se apoderó rápidamente del mercado de cables de cobre que esa empresa usa para los cables de teléfono. Compró uno de los dos principales proveedores y se aseguró que Telmex no adquiriera cables del otro proveedor. Al final logró que los dueños de la otra empresa vendieran su negocio a Slim.
Su control sobre la telefonía mexicana ha atrasado el desarrollo del país. Sólo un 20% de los hogares de ese país tiene una línea de teléfono y sólo un 4% de los mexicanos tiene acceso a banda ancha. Según la Organización para la Cooperación y Desarrollo Económico (OCDE), los consumidores y empresas de México pagan precios superiores al promedio por sus llamadas telefónicas.
Slim concuerda en que muchas industrias en México son dominadas por grandes compañías, pero no ve problema en ello mientras ofrezcan buen servicio y buenos precios.
Los años clave
El año que moldeó el futuro de Slim fue 1982. La caída en los precios del petróleo llevó a que México cayera en picada. Cuando el presidente saliente José López Portillo nacionalizó los bancos, la tradicional élite empresarial temió que el país se volviera socialista y comenzó a abandonar México. Muchas empresas se vendían a un 5% de su valor libro. Slim adquirió decenas de grandes firmas a precio de ganga, decisión que fue recompensada cuando la economía comenzó a recuperarse en los años siguientes. “Los países no quiebran”, dijo Slim a sus amigos en esos años.
A pesar de sus habilidades empresariales, muchos mexicanos creen que su gran momento fue el ascenso al poder de Carlos Salinas en 1988, un tecnócrata educado en la Universidad de Harvard que quería modernizar el país. Ambos hombres hicieron amistad a mediados de los años 80. Salinas privatizó cientos de empresas estatales, incluyendo Telmex en 1990. Slim, junto a Southwestern Bell y France Telecom, ganó la subasta, por sobre un grupo de empresas encabezado por su amigo Roberto Hernández. Éste último después insinuó que la venta estaba arreglada, algo que tanto Slim como Salinas han negado siempre. Sea como sea, el proceso de privatizaciones creó una nueva clase de superricos en México. En 1991, el país tenía a dos hombres con una fortuna superior a los US$1.000 millones en la lista de Forbes. En 1994, al final del sexenio de Salinas, ya eran 24. Y el más acaudalado de todos era Slim.
Retrospectivamente es fácil ver por qué Slim y Hernández consideraban que Telmex era un trofeo que bien valía la pena terminar con su amistad. Mientras que países como Brasil y Estados Unidos disolvieron sus monopolios estatales al crear a partir de éstos varias empresas que competían entre sí, México vendió su compañía intacta, excluyendo cualquier competencia en los primeros seis años. Y a diferencia de otros países, a Telmex se le permitió ofrecer los tres servicios —llamadas locales, de larga distancia e inalámbricas— en todo el país. Al principio, el gobierno ni siquiera se empeñó en crear un regulador para el mercado de la telefonía, lo que sólo ocurrió tres años después de la privatización.
A lo largo de los años, la mayoría de los intentos de regular a las compañías de Slim ha fracasado. La Cofetel, el regulador de las telecomunicaciones, era tan débil en los años 90 que los rivales de Telmex lo tildaron de “Cofetelmex”. Cuando las autoridades trataban de actuar, los abogados de Slim bloqueaban la iniciativa en los bizantinos tribunales del país.
El dueño de Telmex también tenía amigos en altos cargos. Cuando fue electo presidente en 2000, Vicente Fox escogió a Pedro Cerisola, un ex empleado de Telmex, como secretario de Comunicaciones y Transporte. Cerisola, quien no quiso comentar para este artículo, rara vez hacía algo en contra de su ex compañía, afirman ejecutivos de telefónicas rivales.
Con el dinero proveniente de su imperio telefónico, Slim se ha expandido a otros mercados en México y América Latina. América Móvil tiene 124 millones de clientes en más de 10 países en la región.
En su país natal, Slim se ha enfocado en industrias que dependen de contratos gubernamentales. Su nueva compañía constructora, Ideal SAB, apuesta a gestionar algunas de las carreteras más grandes de México. Su empresa de servicios petroleros construyó hace poco la mayor plataforma de crudo del país.
En privado, algunos líderes de negocios dicen que sienten que Slim se ha vuelto demasiado codicioso. La muerte de su esposa Soumaya en 1999 lo dejó sin un cable a tierra, dice Enrique Trigueros, amigo de Slim cuando ambos eran jóvenes corredores de bolsa en los años 60. “Ella era una mujer especial, del tipo que sabe mantener a raya a un hombre. Hoy, lo único en lo que puede pensar es negocios”, afirma.
Original post by Eratóstenes Horamarcada
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